Desde pequeño cargaba el dolor de la ausencia de mi padre, que debido al ambiente en que se desempeñaba, viajaba constantemente.
Ya a los 11 años, movido por la curiosidad y un fuerte deseo de ser por así decirlo «respetado», comencé a involucrarme con la vida de la calle y consecutivamente con los vicios.
Comencé con el cigarrillo y el alcohol, a los 12 años con marihuana. Comencé a dar los primeros pasos en el mundo de la delincuencia, a los 13 años empecé a consumir cocaína y a los 14 años ya había consumido pasta base.
Me involucraba más y más en la delincuencia con delitos cada vez más pesados y riesgosos.
A los 15 años falleció mi padre, lo cual me derrumbó de tal manera que comencé a vivir mi vida al límite intentando tapar esa tristeza que cargaba adentro.
A los 17 años me sumergí en la pasta base, lo que me hizo pasar situaciones límite al punto de vender mis cosas y las de mi casa, lo cual me llevó a lanzarme a la calle por completo.
Tuve varios intentos de suicidio, vivía con esa idea constantemente en mi mente.
A los 20 años, ya destruido, un familiar me ofreció trabajo y comencé a trabajar, pero lejos de alejarme del vicio continué consumiendo cada vez más.
A los 22 años intenté salir de la droga mediante un programa en el cual me daban medicamentos y me atendían psicólogos y psiquiatras. Alcance a estar 10 meses sin consumir y, cuando pensé que había terminado el tormento, volví a caer en las mismas ideas, cada vez más fuertes y constantes, de terminar con todo.
A los 23 años decido emprender el viaje desesperado hacia Argentina, donde conocí la iglesia y me presentaron al Señor Jesús.
Hoy ya no necesito más de aquellos vicios que en el pasado necesité, tengo una vida nueva gracias a Dios y al excelente trabajo de la FJU, donde me mostraron que “Vale la pena Vivir”.
En la actualidad Cristian concurre a la FJU de Rafael Castillo, ubicada en Av. Carlos Casares 632.